Reciban saludos efusivos, mis queridos lectores, y sean, de nuevo, bienvenidos a este espacio para la reflexión sobre las producciones audiovisuales relacionadas con la ciencia ficción y la fantasía. En estos fríos contextos invernales, me presento para comentar el estreno de la miniserie 'Childhood's End - El fin de la infancia' (2015), basada en la novela homónima escrita por Arthur C. Clarke en 1953 y producida, en esta adaptación televisiva, por la cadena de televisión SyFy. Ha sido estrena en España estas navidades pasadas. Pensaban que este año nuevo no iba a continuar con estos arranques de reflexión sobre el cine y la televisión que consumo, pues aquí me tienen otra vez. Aún tengo cierto prurito que me impele a continuar con esta insana labor.
La sinopsis de la historia puede resumirse en el primer contacto de la humanidad con una raza alienígena de increíble capacidad tecnológica, y la reacción de la gente de la Tierra ante la imposición de una utopía dirigida por los extraterrestres. El objetivo no queda claro al principio, pero las ventajas adquiridas, como la paz mundial, el fin de las enfermedades y la capacidad de cubrir todas las necesidades humanas sin esfuerzo ni trabajo, con el consiguiente aumento del tiempo de ocio y el interés por el estudio, consiguen que la mayoría de la humanidad acepte la nueva situación: una edad dorada. Si bien, algunas personas críticas con esa nueva forma de vida, se preguntan por el precio a pagar ante esas facilidades otorgadas por los alienígenas, que pronto empiezan a ser llamados los "superseñores" en la versión literaria traducida al español, en el original overlords y, en la serie de televisión, simplemente "los amos". La curiosidad humana está casi extinta, ya que no se necesita investigar cosas nuevas para mejorar la calidad de vida de las personas, puesto que todo lo necesario es proporcionado por los "superseñores". El sistema es bastante inmovilista y conservador, pero funciona a su manera. Sin embargo, esa utopía esconde un secreto que afecta al futuro del ser humano en su conjunto, algo que le hará plantearse su papel en el universo.
Se trata de un loable intento de SyFy por adaptar la novela de Arthur C. Clarke y buscar respetabilidad en la industria televisiva. La producción es correcta y los efectos especiales no son espectaculares pero funcionan bastante bien dentro del conjunto. Atrás quedan los cutre-subproductos a los que nos tenía acostumbrados esta cadena de televisión desde hace unos cuantos años: véase las diferentes producciones de 'Sharknado' y demás zarandajas de bajo presupuesto, que, en un momento dado, pueden divertirnos e incluso entretenernos, pero que, desde un tiempo a esta parte, deslucieron el potencial de la empresa encargada de distribuir —cuando aún se llamaba Sci-Fi Channel— la estupenda versión de la serie 'Galáctica, estrella de combate' (2004-2009). No me interpreten mal, encuentro su gracia en telefilmes como 'Dinocroc vs. Supergator' (2010), pero desde luego no son productos que vayan más allá del entretenimiento chusco y gracioso. Además, encuentro interesantes muchas de las premisas de series de televisión como 'Defiance' (2013-2015), 'Los 100' (2014-...) o 'Dark Matter' (2015-...), por poner algunos ejemplos de las más recientes. En este caso, se busca una reflexión más audaz, lo que me inspira confianza en la valoración del género y un interés diferente. Otro asunto es que lo consiga con mayor o menor acierto, pero el esfuerzo ya es un punto a su favor.
'El fin de la infancia' ha sido creada en formato de miniserie, con tres episodios que, en apariencia, tienen cierta correlación con las tres partes en las que se divide el libro homónimo de Clarke: primero el impacto que genera la llegada de los extraterrestres, segundo el desarrollo de la utopía y tercero la revelación final sobre los objetivos de "los amos". Sin embargo, una diferencia notable a tener en cuenta, es la amplitud de las elipsis temporales, que en la serie de televisión es mucho más reducida que en la novela. En cierto sentido se puede entender que el lenguaje audiovisual necesita condensar, en un tiempo más escueto, todo aquello que se narra en las páginas del libro, agrupar personajes y acelerar la trama para conseguir un producto más homogéneo. Ahora bien, se pierde cierto realismo en la evolución que se describe de la sociedad humana, pasando de varias generaciones en la novela, a una sola en la teleserie, lo que dificulta su credibilidad. Al mismo tiempo, los protagonistas deben aparecer en todos los episodios televisivos, mientras que en las diferentes partes del libro se presentan nuevos personajes, encargados de llevar el peso de la trama en cada momento temporal que se está narrando.
Esta elección lleva a erigir al representante de los humanos en su comunicación con los "superseñores" al estatus de protagonista durante toda la serie de televisión, cuando en la novela es un personaje que deja de aparecer tras su papel en la primera parte de la historia. De ser el Secretario de Naciones Unidas en la novela —cosa bastante lógica, por otro parte—, pasa a ser un simple granjero del interior de los Estados Unidos en la serie, Ricky Stormgren (interpretado por Mike Vogel), cuyo mérito no va más allá de haber mediado entre el pueblo donde vive y una empresa sobre asuntos de tierras. Imagino que pensaron que el punto de vista de un americano medio, autosuficiente, guapo, etcétera, consigue encajar mejor a la hora de empatizar con el personaje. Aspecto que podrían haber cubierto otros personajes de la historia, pero claro, son presentados más adelante, no desde el inicio. Este cambio, en concreto, ha llamado mucho la atención y más aún en su desarrollo posterior en los siguientes episodios. A la hora de alargar la historia del grajero elegido para comunicarse con los extraterrestres, los guionistas de la serie de televisión no pensaron nada mejor que introducir una historia de amor entre él y Ellie Stormgren (a la que da vida Daisy Betts), con su triángulo amoroso incluido, aunque en este caso con una mujer anterior ya muerta, Annabel Stormgren (Georgina Haig), mucha fruslería empalagosa, que llega a cargar tanto como para pasar rápido estas secuencias que, además, aportan bien poco a la historia en general, y un debate moral —quizá lo único interesante en este asunto— entre el ideal amoroso ya desaparecido y el amor actual, verdadero y tangible.
Ricky Stormgren (interpretado por Mike Vogel). |
'El fin de la infancia' ha sido creada en formato de miniserie, con tres episodios que, en apariencia, tienen cierta correlación con las tres partes en las que se divide el libro homónimo de Clarke: primero el impacto que genera la llegada de los extraterrestres, segundo el desarrollo de la utopía y tercero la revelación final sobre los objetivos de "los amos". Sin embargo, una diferencia notable a tener en cuenta, es la amplitud de las elipsis temporales, que en la serie de televisión es mucho más reducida que en la novela. En cierto sentido se puede entender que el lenguaje audiovisual necesita condensar, en un tiempo más escueto, todo aquello que se narra en las páginas del libro, agrupar personajes y acelerar la trama para conseguir un producto más homogéneo. Ahora bien, se pierde cierto realismo en la evolución que se describe de la sociedad humana, pasando de varias generaciones en la novela, a una sola en la teleserie, lo que dificulta su credibilidad. Al mismo tiempo, los protagonistas deben aparecer en todos los episodios televisivos, mientras que en las diferentes partes del libro se presentan nuevos personajes, encargados de llevar el peso de la trama en cada momento temporal que se está narrando.
Esta elección lleva a erigir al representante de los humanos en su comunicación con los "superseñores" al estatus de protagonista durante toda la serie de televisión, cuando en la novela es un personaje que deja de aparecer tras su papel en la primera parte de la historia. De ser el Secretario de Naciones Unidas en la novela —cosa bastante lógica, por otro parte—, pasa a ser un simple granjero del interior de los Estados Unidos en la serie, Ricky Stormgren (interpretado por Mike Vogel), cuyo mérito no va más allá de haber mediado entre el pueblo donde vive y una empresa sobre asuntos de tierras. Imagino que pensaron que el punto de vista de un americano medio, autosuficiente, guapo, etcétera, consigue encajar mejor a la hora de empatizar con el personaje. Aspecto que podrían haber cubierto otros personajes de la historia, pero claro, son presentados más adelante, no desde el inicio. Este cambio, en concreto, ha llamado mucho la atención y más aún en su desarrollo posterior en los siguientes episodios. A la hora de alargar la historia del grajero elegido para comunicarse con los extraterrestres, los guionistas de la serie de televisión no pensaron nada mejor que introducir una historia de amor entre él y Ellie Stormgren (a la que da vida Daisy Betts), con su triángulo amoroso incluido, aunque en este caso con una mujer anterior ya muerta, Annabel Stormgren (Georgina Haig), mucha fruslería empalagosa, que llega a cargar tanto como para pasar rápido estas secuencias que, además, aportan bien poco a la historia en general, y un debate moral —quizá lo único interesante en este asunto— entre el ideal amoroso ya desaparecido y el amor actual, verdadero y tangible.
Milo Rodricks (interpretado por Osy Ikhile) y Rachel (a la que da vida Charlotte Nicdao). |
Otro personaje importante en la historia es Milo Rodricks (interpretado por Osy Ikhile) con un rol importante a la hora de descubrir las verdaderas intenciones de "los amos". Su curiosidad insaciable, extraña en ese nuevo mundo, choca con la exigencia de no preguntar nada que la paternalista actitud de los alienígenas considera que sobrepasa el entendimiento y la capacidad de asimilación de los seres humanos. Un cambio que se puede rastrear en este personaje con respecto al libro de Clarke, viene dado por la necesidad en la serie de televisión de presentar al personaje desde el primer capítulo, cuando su principal aportación a la historia se desarrolla en los episodios siguientes. De tal forma, se introduce a un Milo niño, con problemas de adaptación social, añadiendo a su historia unos comienzos humildes para luego indicar que supera todas las trabas que la sociedad de clases puede imponer, etcétera. La superación personal de las desventajas económicas y sociales parece seguir siendo una subtrama a la que acudir a la hora de rellenar huecos en la historia. Además, se integra una historia de amor con Rachel (Charlotte Nicdao), que da más sentimentalismo al personaje con respesto al libro. Milo es, además, uno de los pocos personajes de la teleserie que envejece, más o menos, como debe ser, dadas las elipsis que se establecen entre los episodios. Ya que el resto de personajes permanecen inalterados durante los años trascurridos, resultando un tanto curioso y, a la postre, problemático para la credibilidad del avance temporal.
Siguiendo con otros personajes interesantes e importantes para la historia, hay que destacar a Jake Greggson (Ashley Zukerman) y Amy Morrel (Hayley Magnus), padres, como otros muchos, de una nueva generación de niños que han nacido en la utopía diseñada por "los amos" y que van desarrollándose metal y físicamente de forma diferente a como lo hacían las generaciones anteriores de seres humanos. El interés de Amy por la parapsicología en la novela, eliminado en la serie, es desestimado en un nuevo mundo en el que las explicaciones científicas no dejan casi ninguna duda sin responder. La añoranza artística y creativa de Jake, más o menos integrada en la teleserie, aunque sin aprovecharse de esta idea, choca con la nueva concepción uniformadora y estática, que empieza a considerar repetitivo y falto de interés una cualidad estética necesitada de conflicto para ser floreciente. No existen peligros ni riesgos en la nueva sociedad humana, por tanto, las creaciones artísticas se han "empobrecido", al descartar sentimientos humanos que han pasado de moda, ante la rápida evolución que marca la utopía. Una parte muy interesante de la historia se desarrolla cuando esta familia, junto con sus hijos, decide mudarse a Nueva Atenas. Se trata de una ciudad autárquica, fuera del ámbito de la utopía impuesta por "los amos", en donde se recupera el espíritu perdido del ser humano anterior a la llegada de los extraterrestres a la Tierra. Se permite algo de ese caos intrínseco a las sociedades actuales, se potencia la creatividad artística, se valora la cultura desarrollada por la humanidad a lo largo de los siglos, que parece estar amenazada por un desinterés manifiesto de los alienígenas y de las nuevas generaciones humanas, que empiezan a considerar el pasado como algo inservible para la forma de vivir que disfrutan. En la novela Nueva Atenas tiene un espacio amplio de tratamiento, que en la serie de televisión han limitado bastante. No se explota con la suficiente intensidad un conflicto que resulta bastante interesante, dejando meras pinceladas que no hacen justicia a esa rebelión pacífica.
Los niños. |
Ahora bien, uno de los personajes que mayor entusiasmo ha generado es el supervisor Karellen, interpretado por Charles Dance —conocido por su genial papel como Tywin Lannister en 'Juego de Tronos' (2011-...). Se trata del "superseñor" alienígena encargado de dirigir la evolución de la Tierra hacia la nueva utopía. Es de agradecer un buen trabajo de maquillaje, que nos devuelve a las producciones más artesanas, obviando el uso abusivo de efectos especiales y otorgando al personaje un aura más cercana, a la par que permite percibir con bastante naturalidad las expresiones, gestos y, en general, la actuación de Charles Dance. No quiero desvelar mucho, ya que el aspecto de "los amos" es una de las sorpresas más sugestivas de la historia, punto que se ha mantenido del original en la serie de televisión. Más o menos se mantiene toda la trama relativa a este personaje desde la novela a la teleserie, si bien, se añaden algunos aspectos. En primer lugar se potencia la relación de Karellen con Ricky Stormgren, el granjero que han elegido para interactuar con el resto de la humanidad. Aporta un aspecto interesante en la visión más humanizada de Karellen que se quiere dar en la serie, siendo una relación menos fría que la descrita en la novela y otorgando al "superseñor" una empatía que le acerca más a la humanidad.
Por otro lado, se incluye un personaje en la serie de televisión, el cual no está en la novela original, que tiene su sentido a la hora de enlazar las tramas de los Stormgren y los Greggson, ya que en el libro no llegan a coincidir en ningún momento. Al comprimir el tiempo de la narración en la teleserie y necesitar introducir a Ricky Stormgren en la vida del resto de personajes, los guionistas han incluido a Peretta Jones (interpretada por Yael Stone), una fundamentalista cristiana que trata de ayudar a las dos familias con los problemas que surgen a raíz de su relación con los extraterrestres. Introducir un elemento religioso tan contundente en la serie de televisión, cuando en la novela se deja claro que la religiosidad ha desaparecido en la nueva sociedad, podría ser síntoma de una defensa a ultranza de los valores cristianos, que deformaría de forma ostensible el relato; pero nada de eso, la introducción del personaje dispone un debate sugerente sobre la rivalidad entre ciencia y religión. No llega a ser una defensa desesperada y, además —aquí desvelo algo de la trama—, termina venciendo la propuesta establecida por la novela, cosa que, personalmente, me agrada sobremanera. Si bien al final se hace un giro que bien pueden entender algunos como religioso —no cristiano—, aunque, por otro lado, se puede interpretar como algo más secular y mundano. Cada uno tendrá su propia interpretación.
Entrando en los aspectos más metafísicos y en las ideas más profundas de la historia, me interesa señalar la especulación sobre la evolución de la especie humana que se describe tanto en la teleserie como en la novela. Nota bene, a partir de aquí es posible que destripe elementos del relato que algunos lectores consideren que no desean conocer hasta completar el visionado de la serie de televisión o la lectura del libro. Queden avisados.
El Homo sapiens es una especie en constante evolución, fruto de una presión selectiva a la hora de adaptarse al medio en el que vive, y que podría haberse extinguido en múltiples ocasiones, como así ocurrió, por ejemplo, con los Homo neanderthalensis, que desaparecieron hace unos treinta mil años. En el momento en el que el ser humano entra en la revolución neolítica, hace unos doce mil años aproximadamente, el resto de homínidos ya se han extinguido, el ser humano tal y como lo conocemos está solo. Desde aquella época en la que empezaron los primeros procesos de domesticación de vegetales y animales salvajes, el género sapiens no ha cambiado mucho, debido, sobre todo, a que no ha transcurrido el tiempo suficiente como para apreciar grandes modificaciones. Algunos de los cambios genéticos que se pueden destacar pueden ser la tolerancia a la lactosa en adultos, lo que permite beber leche durante toda la vida, o el color de la piel para adaptarse a diferentes climas en los que se ha establecido el ser humano. Si bien, en un futuro próximo, la evolución no la condicionará tanto el entorno como nosotros mismos. Influiremos en ella de manera distinta, conscientemente, o al menos así parecen concluir los indicios hasta la fecha.
En general, es muy probable que el futuro de la evolución humana pase por la manipulación del código genético. Los avances en la ciencia y la tecnología así lo permiten y, al mismo tiempo, es de suponer que irán a más desde que se consiguió desvelar la secuencia del genoma humano en el año 2001 y el surgimiento, en estos años, de la biología sintética en donde se investiga con intensidad, así como la aparición de técnicas de edición genética como el CRISPR/cas9 en el año 2012, a raíz del trabajo de las investigadoras Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier. En la miniserie la evolución no se explica bajo la premisa de la manipulación genética, al igual que en la novela, siendo, en este sentido, una historia poco visionaria. Una novela bastante anterior, como es Un mundo feliz (1932) del escritor Aldous Huxley, sigue siendo más plausible a la hora de descifrar el futuro, hablando de una utilización intensiva de técnicas genéticas para conseguir, o eliminar, características físicas y mentales determinadas. Por poner otro ejemplo que trata de forma intensiva esta idea, en la película 'Gattaca' (1997) la capacidad de modificar a placer el genoma de los seres humanos, implica la posibilidad de añadir o quitar aquellos genes que interesen a los padres, creando, por tanto, humanos a medida, a la medida de cada progenitor, altos rubios, inteligentes, fuertes... en fin, eugenesia de primer orden, que recuerda a los intentos del nazismo en la década de los treinta y los cuarenta del siglo XX.
En cualquier caso, no es el objetivo de 'El fin de la infancia' ser completamente fiel a un futuro posible desde un punto de vista actual o desde el momento en el que se publicó la novela. Como en la película '2001: Una odisea del espacio' (1968), dirigida por Stanley Kubrick y basada, también, en un relato corto de Clarke titulado El centinela (1948), las pretensiones del autor son más especulativas, pensando en cómo reaccionaría el ser humano ante determinados estímulos que contradigan su propia existencia, sus creencias o sus valores más arraigados y establecidos. Si en '2001' el detonante fue la aparición del famoso monolito, en 'El fin de la infancia' se trata de la llegada de una especie alienígena, con una tecnología muy superior a la humana. En ambos casos, la irrupción de una fuerza externa e ineludible, implica un avance en el ser humano. En '2001' es la transformación del individuo, y en el caso de 'El fin de la infancia' se trata de la evolución de la especie. Uno y otro apuntan al cosmos, a una entidad más avanzada que no requiere de la materia para existir. Por tanto, las preguntas finales que pueden entresacarse de la teleserie y, por ende, del libro de Clarke, pueden formularse de la siguiente manera. ¿Qué pasaría si el siguiente paso en la evolución del ser humano no viene de su relación con el medio en el que subsiste, ni de su propia voluntad racional, ayudado por la técnica que los propios humanos han desarrollado? ¿Y si el próximo salto evolutivo viniera de una presión del exterior del planeta Tierra, del espacio profundo, de irresistibles fuerzas que pugnaran por acelerar un proceso de consecuencias imprevisibles?
De esta manera, se puede decir que esta historia enlaza, de cierta forma, con las teorías del transhumanismo: la búsqueda de la mejora de las capacidades humanas, tanto físicas como mentales, a través del uso de la tecnología para alcanzar un estadio superior de la especie. En este caso, sería la actuación de "los amos" propiciando el bienestar óptimo para permitir a la humanidad engendrar una generación que supere a sus antecesores, evolucionando de tal forma que consiga ser más que humana: en concreto para alcanzar una suerte de posthumanismo trascendental. El modo en el que se expresan estas nuevas actitudes en la nueva generación posthumana, es por medio de elementos parapsicológicos, como pueden ser sorprendentes casos de percepción extrasensorial, telequinesia o telepatía, y que en el libro son más sutiles, centrándose, sobre todo, en las experiencias extracorpóreas y algo de telequinesia. Estas manifestaciones parapsicológicas no dejan de ser una metáfora que podemos relacionar con la corriente, más futurible desde nuestro punto de vista actual, del transhumanismo tecnocientífico. En esta visión, las capacidades avanzadas de los posthumanos se alcanzan por medio de nuevas tecnologías, como pueden ser las siguientes: las nanotecnologías, las biotecnologías, las tecnologías de la información y las ciencias cognitivas; o lo que es lo mismo, las llamadas tecnologías emergentes y convergentes agrupadas bajo las siglas NBIC. Por ejemplo, el avance de la tecnología de imagen por resonancia magnética funcional (IRMf) bien puede ser una forma, más o menos tosca, de leer la mente. Asimismo, algo parecido a la telequinesia se podría reproducir en un futuro lejano utilizando materiales superconductores que operen a temperatura ambiente, e implantando superimanes diminutos en todos los objetos que queramos mover, activando corrientes eléctricas a voluntad en los objetos se volverían magnéticos y, en teoría, se podrían trasladar de un lado a otro con la mente. Meras especulaciones, pero muy interesantes para explicar posibles avances que rivalicen con los fenómenos parapsicológicos, desde un punto de vista más racional y menos fantástico.
De cualquier forma, los elementos parapsicológicos de la historia no dejan de ser simples señales de lo que de verdad importa al final: el paso sublime de esa nueva generación posthumana hacia el cosmos, integrándose la colectividad en una única entidad, en apariencia, cosmogónica o algo parecido, puesto que no se deja muy claro su verdadero ser o razón de existir. Una suerte de apoteosis colectiva, que bien podría ser considerada, asimismo, como otra metáfora de la apuesta de muchos teóricos transhumanistas, que ven en la creación de una superinteligencia artificial el futuro de la posthumanidad. Una entidad que lo controlaría todo absolutamente y en la cual se pueda integrar el género humano en su conjunto. Uno de los abanderados de esta hipótesis transhumanista es Raymond Kurzweil, defensor de la idea de la "singularidad": la creación de máquinas cada vez más inteligentes, capaces de crear a su vez máquinas aún más inteligentes de forma exponencial, de forma que tomen el control total, a lo Skynet en la saga 'Terminator'. La idea del volcado de la mente en una computadora inteligente la defiende, entre otros, Carnegie Mellon, asumiendo que el cerebro humano puede traducirse como una especie de sotfware, y que puede ser, por tanto, introducido en un ordenador, como se describe en la película 'Transcendence' (2014) dirigida por Wally Pfister. No obstante, en 'El fin de la infancia' la transición hacia la posthumanidad es más orgánica o mística, que digital. Muchos pueden ser los ejemplos análogos de esta idea en otros productos de ficción, pero destacaré uno que me pareció sorprendente en su día: la novela de Isaac Asimov titulada Fundación y Tierra (1986), quinta y última entrega de la saga de la Fundación o Ciclo de Trántor —sin contar las dos precuelas que se escribieron después.
Una diferencia que se puede observar en el proceso de apoteosis de los niños de la nueva generación de posthumanos, entre la narración del libro y su representación audiovisual en la teleserie, es la introducción, en esta última, de un elemento cercano a esa obsesión religiosa, tan extendida en Estados Unidos, del arrebatamiento o rapto. Me recuerda a la serie de televisión 'The Leftovers' (2014-...), en donde la premisa es parecida a la creencia del rapto, si bien no se muestra a la manera clásica, puesto que la gente desaparece sin más, pero al acontecimiento se le llama de forma intencionada "Ascensión". De esta manera, en la serie de 'El fin de la infancia' se representa el momento culminante en el que la generación evolucionada entiende su destino, con la elevación ritual de sus cuerpos, levitando hacia el cielo en una estampa muy reconocible en la cultura popular americana. En la novela el proceso es más gradual, menos espectacular y más desapegado de connotaciones religiosas.
Ahora bien, y ya concluyendo, uno de los momentos más intensos y deslumbrantes de la historia, en mi opinión, es cuando los "superseñores" declaran la envidia que sienten de la humanidad, que ha conseguido lo que su especie no puede lograr: evolucionar de manera que pueda unirse a la entidad cosmogónica. Ellos son meros "facilitadores" del proceso, al que no pueden acceder porque su propia biología lo impide. De tal forma, se convierten, bajo mi punto de vista, en el concepto último de individuo frente a la masa unida en una sola mente universal, prácticamente omnisciente, que sobrepasa las barreras de lo racional. Es un final entre trágico —no en vano el Homo sapiens deja de existir literalmente— y a la vez esperanzador —la consecución de un destino manifiesto—; aunque en mi humilde opinión, siempre me quedaré con la existencia, más mundana pero más auténtica, de los "superseñores", incapaces de unirse a la mente colectiva. Llámenme individualista si gustan.
Hasta aquí, que ya estarán aburridos de tanta insustancialidad, charlatanería y referencia cruzada... o no, ¿quién sabe? En fin, me despido con mis más sinceros agradecimientos ante la tamaña paciencia que han demostrado leyendo este artículo, emplazándoles, como es usual, a la siguiente publicación. Que los hados les sean propicios. Vale.
Peretta Jones (interpretada por Yael Stone). |
En general, es muy probable que el futuro de la evolución humana pase por la manipulación del código genético. Los avances en la ciencia y la tecnología así lo permiten y, al mismo tiempo, es de suponer que irán a más desde que se consiguió desvelar la secuencia del genoma humano en el año 2001 y el surgimiento, en estos años, de la biología sintética en donde se investiga con intensidad, así como la aparición de técnicas de edición genética como el CRISPR/cas9 en el año 2012, a raíz del trabajo de las investigadoras Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier. En la miniserie la evolución no se explica bajo la premisa de la manipulación genética, al igual que en la novela, siendo, en este sentido, una historia poco visionaria. Una novela bastante anterior, como es Un mundo feliz (1932) del escritor Aldous Huxley, sigue siendo más plausible a la hora de descifrar el futuro, hablando de una utilización intensiva de técnicas genéticas para conseguir, o eliminar, características físicas y mentales determinadas. Por poner otro ejemplo que trata de forma intensiva esta idea, en la película 'Gattaca' (1997) la capacidad de modificar a placer el genoma de los seres humanos, implica la posibilidad de añadir o quitar aquellos genes que interesen a los padres, creando, por tanto, humanos a medida, a la medida de cada progenitor, altos rubios, inteligentes, fuertes... en fin, eugenesia de primer orden, que recuerda a los intentos del nazismo en la década de los treinta y los cuarenta del siglo XX.
En cualquier caso, no es el objetivo de 'El fin de la infancia' ser completamente fiel a un futuro posible desde un punto de vista actual o desde el momento en el que se publicó la novela. Como en la película '2001: Una odisea del espacio' (1968), dirigida por Stanley Kubrick y basada, también, en un relato corto de Clarke titulado El centinela (1948), las pretensiones del autor son más especulativas, pensando en cómo reaccionaría el ser humano ante determinados estímulos que contradigan su propia existencia, sus creencias o sus valores más arraigados y establecidos. Si en '2001' el detonante fue la aparición del famoso monolito, en 'El fin de la infancia' se trata de la llegada de una especie alienígena, con una tecnología muy superior a la humana. En ambos casos, la irrupción de una fuerza externa e ineludible, implica un avance en el ser humano. En '2001' es la transformación del individuo, y en el caso de 'El fin de la infancia' se trata de la evolución de la especie. Uno y otro apuntan al cosmos, a una entidad más avanzada que no requiere de la materia para existir. Por tanto, las preguntas finales que pueden entresacarse de la teleserie y, por ende, del libro de Clarke, pueden formularse de la siguiente manera. ¿Qué pasaría si el siguiente paso en la evolución del ser humano no viene de su relación con el medio en el que subsiste, ni de su propia voluntad racional, ayudado por la técnica que los propios humanos han desarrollado? ¿Y si el próximo salto evolutivo viniera de una presión del exterior del planeta Tierra, del espacio profundo, de irresistibles fuerzas que pugnaran por acelerar un proceso de consecuencias imprevisibles?
Portada de la novela. |
De esta manera, se puede decir que esta historia enlaza, de cierta forma, con las teorías del transhumanismo: la búsqueda de la mejora de las capacidades humanas, tanto físicas como mentales, a través del uso de la tecnología para alcanzar un estadio superior de la especie. En este caso, sería la actuación de "los amos" propiciando el bienestar óptimo para permitir a la humanidad engendrar una generación que supere a sus antecesores, evolucionando de tal forma que consiga ser más que humana: en concreto para alcanzar una suerte de posthumanismo trascendental. El modo en el que se expresan estas nuevas actitudes en la nueva generación posthumana, es por medio de elementos parapsicológicos, como pueden ser sorprendentes casos de percepción extrasensorial, telequinesia o telepatía, y que en el libro son más sutiles, centrándose, sobre todo, en las experiencias extracorpóreas y algo de telequinesia. Estas manifestaciones parapsicológicas no dejan de ser una metáfora que podemos relacionar con la corriente, más futurible desde nuestro punto de vista actual, del transhumanismo tecnocientífico. En esta visión, las capacidades avanzadas de los posthumanos se alcanzan por medio de nuevas tecnologías, como pueden ser las siguientes: las nanotecnologías, las biotecnologías, las tecnologías de la información y las ciencias cognitivas; o lo que es lo mismo, las llamadas tecnologías emergentes y convergentes agrupadas bajo las siglas NBIC. Por ejemplo, el avance de la tecnología de imagen por resonancia magnética funcional (IRMf) bien puede ser una forma, más o menos tosca, de leer la mente. Asimismo, algo parecido a la telequinesia se podría reproducir en un futuro lejano utilizando materiales superconductores que operen a temperatura ambiente, e implantando superimanes diminutos en todos los objetos que queramos mover, activando corrientes eléctricas a voluntad en los objetos se volverían magnéticos y, en teoría, se podrían trasladar de un lado a otro con la mente. Meras especulaciones, pero muy interesantes para explicar posibles avances que rivalicen con los fenómenos parapsicológicos, desde un punto de vista más racional y menos fantástico.
De cualquier forma, los elementos parapsicológicos de la historia no dejan de ser simples señales de lo que de verdad importa al final: el paso sublime de esa nueva generación posthumana hacia el cosmos, integrándose la colectividad en una única entidad, en apariencia, cosmogónica o algo parecido, puesto que no se deja muy claro su verdadero ser o razón de existir. Una suerte de apoteosis colectiva, que bien podría ser considerada, asimismo, como otra metáfora de la apuesta de muchos teóricos transhumanistas, que ven en la creación de una superinteligencia artificial el futuro de la posthumanidad. Una entidad que lo controlaría todo absolutamente y en la cual se pueda integrar el género humano en su conjunto. Uno de los abanderados de esta hipótesis transhumanista es Raymond Kurzweil, defensor de la idea de la "singularidad": la creación de máquinas cada vez más inteligentes, capaces de crear a su vez máquinas aún más inteligentes de forma exponencial, de forma que tomen el control total, a lo Skynet en la saga 'Terminator'. La idea del volcado de la mente en una computadora inteligente la defiende, entre otros, Carnegie Mellon, asumiendo que el cerebro humano puede traducirse como una especie de sotfware, y que puede ser, por tanto, introducido en un ordenador, como se describe en la película 'Transcendence' (2014) dirigida por Wally Pfister. No obstante, en 'El fin de la infancia' la transición hacia la posthumanidad es más orgánica o mística, que digital. Muchos pueden ser los ejemplos análogos de esta idea en otros productos de ficción, pero destacaré uno que me pareció sorprendente en su día: la novela de Isaac Asimov titulada Fundación y Tierra (1986), quinta y última entrega de la saga de la Fundación o Ciclo de Trántor —sin contar las dos precuelas que se escribieron después.
Una diferencia que se puede observar en el proceso de apoteosis de los niños de la nueva generación de posthumanos, entre la narración del libro y su representación audiovisual en la teleserie, es la introducción, en esta última, de un elemento cercano a esa obsesión religiosa, tan extendida en Estados Unidos, del arrebatamiento o rapto. Me recuerda a la serie de televisión 'The Leftovers' (2014-...), en donde la premisa es parecida a la creencia del rapto, si bien no se muestra a la manera clásica, puesto que la gente desaparece sin más, pero al acontecimiento se le llama de forma intencionada "Ascensión". De esta manera, en la serie de 'El fin de la infancia' se representa el momento culminante en el que la generación evolucionada entiende su destino, con la elevación ritual de sus cuerpos, levitando hacia el cielo en una estampa muy reconocible en la cultura popular americana. En la novela el proceso es más gradual, menos espectacular y más desapegado de connotaciones religiosas.
Ahora bien, y ya concluyendo, uno de los momentos más intensos y deslumbrantes de la historia, en mi opinión, es cuando los "superseñores" declaran la envidia que sienten de la humanidad, que ha conseguido lo que su especie no puede lograr: evolucionar de manera que pueda unirse a la entidad cosmogónica. Ellos son meros "facilitadores" del proceso, al que no pueden acceder porque su propia biología lo impide. De tal forma, se convierten, bajo mi punto de vista, en el concepto último de individuo frente a la masa unida en una sola mente universal, prácticamente omnisciente, que sobrepasa las barreras de lo racional. Es un final entre trágico —no en vano el Homo sapiens deja de existir literalmente— y a la vez esperanzador —la consecución de un destino manifiesto—; aunque en mi humilde opinión, siempre me quedaré con la existencia, más mundana pero más auténtica, de los "superseñores", incapaces de unirse a la mente colectiva. Llámenme individualista si gustan.
Hasta aquí, que ya estarán aburridos de tanta insustancialidad, charlatanería y referencia cruzada... o no, ¿quién sabe? En fin, me despido con mis más sinceros agradecimientos ante la tamaña paciencia que han demostrado leyendo este artículo, emplazándoles, como es usual, a la siguiente publicación. Que los hados les sean propicios. Vale.
No hay comentarios:
Publicar un comentario