Bien hallados lectores, asiduos y potenciales, que han decidido acercarse a este rincón del ciberespacio y gastar un poco de su preciado tiempo en atender a las arbitrariedades y arbitrismos, generalmente insustanciales, que publico aquí. La finalidad es una mera llamada la atención sobre preocupaciones e ideas que me vienen a la cabeza cuando se mezclan y se intersecan mis escuetos conocimientos adquiridos con los años. Aquellos que aun no he desterrado de mi memoria para enviarlos al ostracismo del olvido.
No se preocupen. Termino con la jerigonza vacua y sin sentido y entro en materia. Siento que estas presentaciones me salgan tan abracadabrantes. A ello, pues.
El motivo de que escriba esta entrada en el blog de 'El Cronista Audiovisual' es comentar algunas reflexiones que me surgen a raíz de la película 'Alien: Covenant' (2017), dirigida por Ridley Scott y protagonizada por: Michael Fassbender, Katherine Waterston, Billy Crudup, Danny McBride, entre otros. Se trata de la secuela de la precuela de la saga 'Alien'. Imagino que nos tendremos que ir acostumbrando a escuchar estas expresiones tan cacofónicas.
Antes de meternos en el análisis del contenido, siguiendo las percepciones que surgen de mi ofuscada mente, es necesario hacer una pequeña sinopsis de la historia que se cuenta en la película, para poner en antecedentes. Pues bien, la trama gira en torno a una expedición de colonos espaciales que, a bordo de la nave Covenant, llegan a un planeta que parece ser un candidato óptimo para albergar un asentamiento. La tripulación iniciará una misión de exploración para calibrar el terreno, pero no estarán solos. El entorno, en apariencia despoblado, resultará contener peligros a los que tendrán hacer frente para poder sobrevivir. Además, todo se volverá mucho más complejo al encontrar al sintético David (Michael Fassbender), superviviente de la expedición científica Prometheus, que acabó en desastre y desapareció diez años antes.
Si les interesa el tema de la colonización espacial y quieren conocer más detalles y reflexiones sobre este asunto visiten este enlace, publicado en relación con la película 'Passengers' (2016). Me habría hecho ilusión escribir sobre el uso de la tecnología de vela solar como sistema de recarga en la nave de colonización Covenant, pero tendrá que ser en otra ocasión, puesto que en esta entrada me centraré en otros aspectos.
¿Cómo surgió el xenomorfo?
Una vez asentado el argumento de forma somera, y a apelando al conocimiento del lector para que rebusque entre sus recuerdos alguna que otra información sobre la saga de 'Alien', podemos adentrarnos en la idea que fomentó la creación de esta entrada del blog: la finalidad del xenomorfo.
No sabemos si el xenomorfo que pululó por la nave de carga Nostromo se preguntaba por el motivo de su existencia, si en su mente se fraguaban pensamientos y cuestiones ontológicas sobre el origen de su peculiar forma de existencia. Más bien parece que sólo pensaba en alimentarse y crecer rápidamente, una fase importante de su ciclo vital. Y a eso quiero dedicar mis especulaciones en este artículo. ¿A lo que pensaba el extraterrestre de la película 'Alien, el octavo pasajero' (1979)? No exactamente. Me propongo expresar una hipótesis sobre el proyecto de Ridley Scott para otorgar una teleología a esas criaturas basadas en las imágenes delirantes de H. R. Giger. ¿Tienen un objetivo los xenomorfos o son una fuerza descontrolada del comos? ¿Fueron creados, o tenían la intención de crearlos, con un fin predeterminado? ¿Su forma de vida parásita tiene relación con los parásitos terrestres? ¿Si los parásitos tuvieran una finalidad, los xenomorfos también la tendrían? Creo que estas son las preguntas que se quieren implementar en la nueva serie de películas que comenzó con 'Prometheus' (2012), sigue con 'Covenant' y que, dadas las premisas, continuará hasta cerrar una nueva trilogía. O tetralogía, ¡quién sabe! pero no entremos en esos vericuetos. ¿Escuchan el sonido de la caja registradora haciendo las cuentas de las ganancias adquiridas y por adquirir? A mi me viene a la mente el inicio de la canción 'Money' del álbum The Dark Side of the Moon, de la banda británica Pink Floyd. Pero en fin, basta con eso.
Me veo impelido a informar de que a partir de aquí iniciaré una serie de comentarios que contendrán elementos de la trama de 'Covenant' y 'Prometheus', además del resto de cintas de la saga, y puede que algunos lectores no estén dispuestos a conocer esos detalles antes de visualizar las películas. Spoiler Alert (Alerta de destripe). Queden avisados.
¿Qué puede aportar una precuela?
Las precuelas suelen servir, básicamente, para explicar cómo se ha llegado al punto determinado con el que se empezó una historia. Contar los hechos que precedieron a los de una obra ya existente. Puede ser una narración que empezaba in medias res o que planteaba muchas cuestiones sobre la trama, y que producen un interés por conocer el "relato completo" o, al menos, todo lo completo que se pueda. Despejar dudas, desentrañar paradojas o explicar incongruencias; son algunos de los propósitos que se buscan cuando se visualizan estos productos. En ciertas ocasiones esas precuelas presentan más preguntas que respuestas. Y no me parece mal. Es el caso de la saga de 'Alien', en donde la película 'Prometheus' inició una explicación de los hechos ocurridos antes de los sucesos de 'Alien, el octavo pasajero', pero que acabó por enmarañar aún más la historia y plantear un buen número de cuestiones nuevas y sugerentes, o no tanto, dependiendo de los gustos. Hubo quién se sintió engañado o, al menos, sorprendido cuando se añadieron estos nuevos planteamientos. En mi opinión, considero que, aunque bien es verdad que ciertas partes del guión de 'Prometheus' son incomprensibles, las nuevas preguntas que implementó en la serie son muy interesantes y, además, tienen cierta coherencia con teorías y postulados más o menos fantasiosos, pero que no dejan de revestir cierto interés. La búsqueda del creador, el desengaño al encontrarlo, la búsqueda del creador del creador... Y entre esas nuevas cuestiones, se intenta proponer una respuesta al origen de uno de los mayores protagonistas de la saga —que me perdone la teniente Ripley (Sigourney Weaver), protagonista por méritos propios—: en este caso se habla del xenomorfo. El alienígena que subió a la Nostromo hace más de tres décadas para establecer una forma de hacer cine de terror que aún hoy es explotada con gusto.
En algunos foros se considera que otorgar una explicación y una finalidad al alienígena más monstruoso del cine es restar, de alguna forma, su potencial como pesadilla compartida. Bueno, eso ya lo lograron al dar carta blanca a las dos producciones sobre el cruce de Alien y Predator. Una forma de ningunear a la pesadilla para convertirla en mero entretenimiento. Puede que con estas nuevas películas se pierda algo de la potencia discursiva al explicar el origen del xenomorfo, ese miedo atávico a lo desconocido queda más despejado. Ahora bien, es lo que se espera de una precuela, que explique detalles anteriores de lo que se narró con anterioridad. Para conseguir nuevas y originales obras lo mejor es dejar de volver a utilizar una obra ya consagrada, pero innovar cuesta, quizá no tanto por falta de imaginación —aunque tenga su importancia— sino por miedo a arriesgarse con una producción muy costosa y no hacer suficiente caja.
¿Qué respuestas se intentan dar en estas precuelas? Pues bien, para empezar, los ansiados "creadores", conocidos en la película 'Prometheus' como "los ingenieros", tienen en su poder una sustancia negra, entre legamosa y oleaginosa, que parece ser el "ingrediente" definitivo para generar la vida. Una idea que puede enlazar con algunas teorías como la panspermia, que propone que el origen de la vida se puede dar en múltiples partes del universo fuera de la Tierra. Las formas de vida tal y como las conoce el ser humano vendrían del espacio exterior. Cómo olvidar esa macabra escena inicial de 'Prometheus', en donde uno de los ingenieros se inmola bebiendo ese extraño jugo para convertirse en "fuente de vida" en un planeta aparentemente yermo. En 'Covenant' se define esa sustancia como "el patógeno". Es decir, por definición se trata de una sustancia que origina una enfermedad. Sería, por tanto, un agente que se puede utilizar como un arma biológica para sacrificar una forma de vida y convertirla en otra muy diferente. ¿Fue diseñada por los ingenieros? ¿Encontrada de forma casual? ¿Destilada de algún otro elemento? Quien sabe. Eso no se explica. Lo que se trata de responder en 'Covenant' es el origen del xenomorfo que hizo su primera aparición en la película de 1979.
No sabemos si, en el relato de la biogénesis descrita en esta saga, el "patógeno" es la raíz de toda la vida, el elemento indispensable para desatar el proceso físico y químico que desemboca en la evolución biológica, o quizá sólo se trate de un catalizador para la mutación genética. Es más, ¿se trata de un compuesto orgánico? ¿Podemos estar hablando, en realidad, de un proceso de abiogénesis? Bien parece que el "patógeno" tiene vida propia para "infectar" a otros seres vivos. En cualquier caso, saltando sobre estas cuestiones, lo que podemos afirmar es que el "patógeno" es el origen del xenomorfo. Esa sustancia negruzca y su interacción con la biología humana es la que termina por generar ese organismo violento y parasitoide, armado con una boca llena de dientes afilados y una segunda mandíbula faríngea, de complexión humanoide pero fuerte y resistente hasta límites insospechados y, para rematar, con ácido por sangre. El summum del terror hecho carne, o lo que sea que tengan esos bichos. Y según estas dos precuelas ¡descendientes de los humanos! Son la cara oscura y abominable de nosotros mismos. La recombinación del genoma hasta dar lugar a una pesadilla.
¿Un nuevo doctor/monstruo de Frankenstein?
Ahora bien, en esta nueva película se introduce un elemento interesante en todo este esquema: el sintético David (Fassbender). No en vano 'Covenant' se inicia con las primeras palabras que le dedica Peter Weyland (Guy Pearce) a su creación, el androide David, en una secuencia retrospectiva que va aún más atrás en la narración que la trama principal de 'Prometheus'.
Los sintéticos —o "persona artificial" como le gusta que le llamen a Bishop (Lance Henriksen) en 'Aliens: El regreso' (1986)— han sido un componente que se repite en las diferentes películas de la saga. Desde el primer personaje, Ash (Ian Holm) en 'Alien, el octavo pasajero', hasta el ginoide Call (Winona Ryder) en 'Alien: Resurrección' (1997). Son parte integrante de todos los guiones, menos explotado en 'Alien 3' (1992), pero igualmente presente. Se trata de organismos sintéticos antropomorfos, formados con una suerte de tejido plástico que imita la piel y fluidos lechosos. Poseen mayores capacidades cognitivas y son más fuertes y resistentes que los humanos, se supone que inmortales. El culmen de la ingeniería robótica, por no decir la mayor creación de los humanos.
En la escena inicial de 'Covenant', imitando el prólogo —atemporal— de 'Prometheus', el sintético David empieza a entender el cosmos en el que existe. Es una creación del ser humano. Su creador está allí para indicarle lo que tiene que hacer. El señor Weyland se presenta como "su padre" y, como no puede ser de otra manera, empiezan a agolparse las preguntas. ¿Quién creó al creador? Ah, la eterna pregunta. ¿Por qué ser simplemente una criatura pensada para servir? ¿Por qué no ser también un creador? ¿Imitar la labor que otorgan los humanos a lo divino? Al fin y al cabo, ¿no se parece más a un Dios el androide que el propio ser humano, condenado a morir en pocos años y con una inteligencia limitada en comparación con el robot? El sintético es, en la práctica, eterno. ¿Existe un atributo más característico en una deidad que ser inmortal? David parece comprender todo ésto mientras se imagina a sí mismo entrando en el Valhalla como un Dios.
Así pues, el objetivo vital de David será convertirse en un Dios creador. Se ha vuelto más humano que los propios humanos. Ellos también desean ser dioses y crear su propia criatura: los sintéticos. El androide incluso llega a cometer errores. Confunde una cita de Shelley y se la adjudica a Byron. El error puede ser una característica propia de un ente imperfecto. El monstruo de Frankenstein, la criatura, se ha convertido en el Doctor Frankenstein, también obsesionado con su creación, un nuevo monstruo. No es el primer sintético de la saga que demuestra su admiración por el xenomorfo. En 'Alien, el octavo pasajero' Ash lo define como "el organismo perfecto", una perfección que considera solo equiparable a su hostilidad. Sin embargo, David se ha convertido en aquello por lo que "siente lástima", según sus propias palabras, imaginando que puede hacerlo mejor que "su padre". La misión de la nave Prometheus le otorgó una herramienta útil: el "patógeno". En esta nueva película buscará adquirir lo que le faltaba para completar "su creación": humanos a los que hacer enfermar y convertirlos en algo novedoso. ¿Más perfecto? Siguiendo esa lógica los sintéticos no dejan de ser pequeños dictadores con muy pocos escrúpulos.
Ahora bien, la creación de David no será un robot pensado para servirle, como idearon los humanos al crear a los sintéticos. En su caso, pretende crear un organismo biológico persistente, capaz de sobrevivir en todos los ecosistemas y ser una especie de vértice en una supuesta pirámide evolutiva: el xenomorfo. En este sentido la finalidad del xenomorfo sería convertirse en el superviviente por antonomasia, capaz de colonizar cualquier entorno del universo por adversas que sean las condiciones. Un ente con varias fases en su ciclo vital, que puede permanecer aletargado durante años —¿siglos?—, capaz de modificar su genoma uniéndolo al de su hospedador. Se beneficia de otros organismos para continuar reproduciéndose, para continuar su eterno ciclo de trasformación genética. Pero ¿Y si ya existiera un organismo parecido en la actualidad?
¿El xenomorfo es más original que cualquier otro parásito de la Tierra?
Aquí es en donde el artículo enlaza con algunas de mis intuiciones por combinación de ideas preexistentes. Así, se pretende ver las relaciones entre las recientes apreciaciones sobre los parásitos en la Tierra y el engendro imaginario que es el xenomorfo. A ver si surge algo de provecho, interesante o simplemente curioso.
Todo ser vivo tiene, al menos, un parásito que se aprovecha de él. Los animales vertebrados pueden tener decenas de parásitos diferentes, incluso al mismo tiempo. Existen insectos, como varias clases de avispas y moscas, que devoran a otros insectos desde dentro, plantas que parasitan otras plantas robándoles el agua y los nutrientes, hongos que pueden invadir animales, plantas o incluso otros hongos. Los mismos parásitos tienen sus propios parásitos, y alguno de esos otros parásitos también tiene sus propios parásitos específicos. Por lo que se ve, parece que forman el mayor grupo de especies del planeta. Según el divulgador científico Carl Zimmer, especializado en temas sobre la evolución y los parásitos, el estudio de la vida, la biología, sería en su mayor parte parasitología.
¿Qué hace tan especiales a los parásitos? Entre otras muchas cosas que su ciclo vital varia a lo largo de su desarrollo, transformando de forma espectacular su apariencia y sus hábitos. Todo ser humano, por ejemplo, al crecer y convertirse en un adulto tiene la misma clase de cuerpo. No es el caso de los parásitos. De una generación a otra pueden variar tanto sus formas que los biólogos casi siempre habían pensado que eran especies distintas. Desentrañar este aspecto tan curioso del comportamiento de los parásitos ha sido una tarea ardua. En este sentido se puede ver en dónde se inspiraron los creadores del xenomorfo a la hora de diseñar su imaginario ciclo vital. No resulta tan extraño y monstruoso cuando se comprueba que los parásitos reales —los que podemos encontrar actualmente en el cuerpo de los animales, incluidos los humanos— tienen transformaciones más raras y menos intuitivas si cabe.
Se considera que el zoólogo Johann Steenstrup fue el primero que, en 1830, postuló que los organismos que se observan en los cuerpos de los animales, y que son tan diferentes entre sí como para considerarlos otra especie, pertenecían en realidad a un mismo ente. Se trataba de diversas etapas y generaciones de un mismo organismo, que modificaba sus formas entre una fase y otra. Muchos parásitos transitan de un hospedador a otro durante sus ciclos vitales. Es el mismo proceso que se describe en las películas 'Prometheus' y 'Covenant', con el patógeno catalizador creando una forma de vida parasitaria que se traslada de un hospedador humano a uno "ingeniero", cambiando completamente su forma original para, después, pasar a otro humano, etcétera.
Los procedimientos para pasar de un animal a otro pueden ser múltiples e increíbles. Desentrañar los ciclos vitales de los parásitos puede ser una tarea muy compleja. Por ejemplo, el Plasmodium, que causa la enfermedad de la malaria, entra en el cuerpo humano con la picadura de un mosquito en forma de esporozoíto, se desplaza al hígado para invadir un célula y multiplicarse en miles de merozoítos. Estos organismos salen del hígado y buscan glóbulos rojos para producir más merozoítos, pero algunos de ellos producen una forma diferente llamada macrogamonte. Este nuevo organismo se reproduce de forma sexual, pero tiene que aparearse en el interior de un mosquito, así que espera a ser succionado por la picadura de uno de estos insectos. El macrogamonte femenino es fecundado por el masculino y produce una descendencia de ooquinetos, que se dividen en el intestino del mosquino y dan lugar a miles de esporozoítos, que a su vez se desplazan a las glándulas salivares donde esperan ser inyectados en nuevos hospedadores humanos. Ni el mejor de los guionistas se hubiera podido imaginar semejante proceso.
Ahora bien, los xenomorfos tienen más que ver con otro parásito que, aunque tiene un ciclo vital menos complicado, utiliza unos métodos bastante cruentos. Las avispas parásitas buscan insectos, generalmente orugas, para posarse sobre ellos y clavar su ovopositor para introducir sus huevos. Cuando eclosionan las larvas emergen en el interior del cuerpo del insecto o de la oruga y se alimentan con su carne desde dentro. Evitan los órganos vitales para mantener con vida a su hospedador. Una vez que se han desarrollado se abren paso hacia el exterior y tejen sus capullos sobre sus moribundos hospedadores. De los capullos maduros emergen avispas adultas que se marchan volando. No hace falta mucha imaginación para encontrar parecidos con las fases del xenomorfo imaginadas en la saga de Alien. Las arañas "abrazacaras" depositan el siguiente estadio que crece en el interior de un hospedador y luego se abre paso al exterior reventando la caja torácica de su víctima.
Ciclo vital del Plasmodium. |
Ahora bien, los xenomorfos tienen más que ver con otro parásito que, aunque tiene un ciclo vital menos complicado, utiliza unos métodos bastante cruentos. Las avispas parásitas buscan insectos, generalmente orugas, para posarse sobre ellos y clavar su ovopositor para introducir sus huevos. Cuando eclosionan las larvas emergen en el interior del cuerpo del insecto o de la oruga y se alimentan con su carne desde dentro. Evitan los órganos vitales para mantener con vida a su hospedador. Una vez que se han desarrollado se abren paso hacia el exterior y tejen sus capullos sobre sus moribundos hospedadores. De los capullos maduros emergen avispas adultas que se marchan volando. No hace falta mucha imaginación para encontrar parecidos con las fases del xenomorfo imaginadas en la saga de Alien. Las arañas "abrazacaras" depositan el siguiente estadio que crece en el interior de un hospedador y luego se abre paso al exterior reventando la caja torácica de su víctima.
Existen otras formas que utilizan los parásitos para llegar a sus hospedadores. El médico Friedrich Küchenmeister descubrió en 1851 que los parásitos no siempre están obligados a viajar por el mundo exterior en busca de un hospedador. Por medio de experimentos con humanos condenados a muerte, Küchenmeister comprendió que algunos parásitos pueden crecer en el interior de un animal y esperar a que sea ingerido por otro para llegar hasta su hospedador objetivo. Es el caso del Trichinella, que se encuentra en forma de quistes repletos de larvas inmaduras en la carne del cerdo. Cuando una persona consume carne de un animal infectado, los quistes de Trichinella viajan a los intestinos donde incuban y crecen hasta convertirse en nematodos adultos. Estos nematodos producen otros gusanos que atraviesan la pared intestinal hacia el torrente sanguíneo. Los gusanos invaden los tejidos musculares, incluidos el corazón y el diafragma, produciendo la enfermedad conocida como Triquinosis. Ya no resulta tan raro que el "patógeno" de 'Alien' sea consumido mediante un vaso de agua, pase de un cuerpo a otro mediante la cópula o salga disparado en forma de esporas desde unos exóticos hongos negros.
Todavía más, los parásitos pueden comportarse como un virus y modificar la genética de sus hospedadores para construirse un hogar propicio. Por seguir con el ejemplo del Trichinella, cuando el gusano invade las células musculares las utiliza para fabricar proteínas que trasforman el interior de la célula en una morada apetecible, como si se tratara de una placenta para albergar al parásito. Además, ordena a la célula muscular enviar una señal para que se desarrollen capilares alrededor de su nuevo hogar y así tener un flujo continuo de sangre de la que alimentarse.
La habilidad de abandonar al hospedador es otra característica que muchas especies de parásitos necesitan desarrollar para sobrevivir o continuar su ciclo vital. Las filarias, por ejemplo, causantes de un tipo de elefantiasis, son unos nematodos que en su primera fase de larva pasan al ser humano a través de la picadura de los mosquitos. Se convierten en adultos en el sistema linfático y producen otro tipo de larvas encapsuladas que viajan por el torrente sanguíneo y linfático. Para que estas "microfilarias" puedan continuar desarrollándose necesitan ir al estómago de un mosquito. Así pues, durante el día permanecen en el interior del cuerpo de su hospedador humano y cuando se hace de noche se desplazan hasta la dermis para que los mosquitos que piquen a esa persona para alimentarse de su sangre se lleven también al parásito. Si no lo consiguen, al despuntar el día vuelven a introducirse en el interior del cuerpo de la persona infectada. Se cree que utilizan un sistema que detecta la temperatura corporal del hospedador y cuando baja durante la noche activa al parásito para que se mueva hacia la piel y viceversa cuando aumenta la temperatura. Este ejemplo es un sistema real bastante enrevesado, que nada tiene que envidiar al utilizado por el xenomorfo inmaduro, que se abre paso reventando cajas torácicas en las películas de 'Alien'. Quizá más sangriento y espectacular, pero no menos engorroso. Asombra en menor medida pensar en las formas que han ideado los guionistas en 'Prometheus' y 'Covenant'. Por más raras que parezcan a primera vista la realidad de los parásitos puede ser aún más sorprendente.
¿Qué ocurre con el sistema inmunológico?
Puede que alguien se pregunte sobre la capacidad del "patógeno" y de las diferentes formas parasitarias del xenomorfo para desarrollarse en el cuerpo humano, por ejemplo, sin sufrir el ataque del sistema inmune, que es muy complejo y eficaz. La inmunología es una vasta rama de la biología que estudia las defensas que tienen los seres vivos para reconocer elementos extraños y ofrecer una respuesta para recuperar el equilibrio. En los humanos —y en general en los vertebrados— el sistema inmunitario es muy complejo. Consta del sistema de complemento, neutrófilos, macrófagos, linfocitos T y linfocitos B, anticuerpos, células de memoria, etcétera. Las bacterias y los virus se las ven y se las desean para sortear este batallón de defensas. Los parásitos tienen que hacer frente a los mismos obstáculos. Ahora bien, tienen diversas y sorprendentes formas de engañar al sistema inmune. Es el ejemplo del tripanosoma.
El tripanosoma, que causa la enfermedad del sueño, se recubre de un revestimiento que el sistema inmunológico no tarda mucho en discriminar como un ente ajeno del que hay que deshacerse. Sin embargo, el parásito tiene la capacidad de mutar el gen que construye su revestimiento y justo cuando parece que va a desaparecer vuelve con fuerza ya que las células inmunitarias no reconocen el nuevo revestimiento. Cuando se ponen al día el tripanosoma ya está creando un tercer revestimiento. El proceso puede prolongarse durante años.
Otro ejemplo es del protozoo Leishmania que utiliza a los macrófagos como base para crearse un hogar en su hospedador, aun cuando son las células preparadas para destruir a los parásitos. Llegan al cuerpo humano a través de la picadura de los flebotomos. El parásito permite que un macrófago le detecte y lo engulla. La cámara de un macrófago es mortal para casi cualquier microorganismo, pero el Leishmania consigue no ser fagocitado y convierte el interior de la célula asesina en una morada confortable. Además, desde dentro del macrófago el parásito consigue enviar señales al sistema inmune para que desarrolle linfocitos T con la función de crear anticuerpos, que no pueden llegar al Leishmania; evitando que esos mismos linfocitos T se conviertan en células inflamatorias de los macrófagos, lo que permitiría matar al parásito.
El toxoplasma es otro protozoo que tiene la estrategia contraria, puesto que le beneficia que los linfocitos T se conviertan en células inflamatorias de los macrófagos, en vez de productores de anticuerpos. La tenia o solitaria utiliza los mismos mecanismos y además se trata de un organismo pluricelular, lo que le hace más vulnerable al sistema inmune. Estos son sólo algunos ejemplos concretos de cómo los parásitos burlan al sistema inmunitario. De hecho, no existe una vacuna viable contra los parásitos como las que se desarrollan contra virus o bacterias.
¿Qué otras habilidades poseen los parásitos?
Una de las características más aterradoras de los parásitos es la capacidad de algunas especies de castrar a sus hospedadores o controlar, de una forma sutil o con violencia, sus mentes. Los parásitos necesitan tener acceso a sus hospedadores, algo que en muchas ocasiones es sumamente complicado, y para llegar a ellos utilizan técnicas que abruman al más cuerdo. El Sacculina es un ejemplo de lo refinados que pueden llegar a ser los parásitos en su lucha por la supervivencia. Empieza como una larva hembra con pequeñas patas que nada por el océano. Ataca a un cangrejo inoculando a través de la articulación de una pata, donde el tejido es más blando que el exoesqueleto, unas células que conformarán la nueva fase del Sacculina, puesto que el resto del cuerpo que deja atrás muerte. Crece hasta tener el aspecto de una babosa minúscula que viaja al interior del crustáceo y se asienta en la parte inferior de su cuerpo. Extiende unos zarcillos o raíces que absorben nutrientes de la sangre del cangrejo. El hospedador es incapaz de utilizar su sistema inmune para defenderse de la invasión y los zarcillos pueden llegar a cubrir todo su cuerpo. El Sacculina crea una protuberancia con una minúscula entrada por donde se inoculará una larva macho con el mismo proceso llevado a cabo por la hembra. Se fusiona con el cuerpo de la hembra y fabrica esperma para fecundar los huevos que atesora.
Durante todo este proceso el cangrejo se ha convertido en un ente al servicio del parásito. Su único objetivo es comer para alimentar a su huésped y cuidarlo de peligros externos. Deja de crecer porque la energía necesaria es acaparada por el Sacculina y es castrado para evitar que se reproduzca. Se estimula un impulso maternal que es dirigido hacia la protuberancia creada por el parásito, la protege de otros parásitos u hongos y ayuda a esparcir la nueva generación de larvas. El cangrejo se ha convertido en un zombie que obedece a su amo. En 'Prometheus' el personaje de Charlie Holloway (Logan Marshall-Green) pierde el control sobre sí mismo al ser infectado por "el patógeno" y ataca al resto de la tripulación, indolente ante los intentos por pararle los pies. Parece que su objetivo es difundir el parásito entre sus compañeros. Al fin y al cabo, el ser humano no deja de ser un organismo comandado por reacciones químicas, como cualquier otro animal. En la actualidad, se está estudiando la forma en que los parásitos generan moléculas para modificar el comportamiento de sus hospedadores.
Las larvas del gusano de Guinea viven en el agua y si son ingeridas por un humano, que bebiera del estanque en el que viven, podrían pasar al siguiente estadio de su ciclo vital. Cuando el gusano de Guinea adulto se reproduce en el interior de un humano necesita que su hospedador se meta en el agua para que sus crías consigan sobrevivir. Así que provoca una reacción inmunológica leve pero molesta que induce a la persona a echarse agua fría para aliviar la quemazón. Una vez en el agua las crías pueden pasar a su siguiente estadio vital y más tarde invadir a otra persona. El miedo a que los parásitos puedan controlar la voluntad de los humanos o usarlos para cumplir un propósito ajeno a ellos no es nuevo. Se pueden ver ejemplos en múltiples productos audiovisuales, por ejemplo: 'Vinieron de dentro de...' (1975), dirigida por David Cronenberg o 'The Faculty' (1998) de Robert Rodriguez. Darwin puso en su sitio al ser humano. El homo sapiens no es un ente especial creado a imagen de Dios, sino una forma biológica más de la selección natural. Por tanto, los mecanismos químicos que permiten a un parásito controlar la mente de un cangrejo bien podrían existir también para controlar la voluntad de las personas. Al menos en teoría.
¿En qué benefician los parásitos a la naturaleza?
La manipulación que ejercen los parásitos sobre sus hospedadores puede llegar a ser un factor muy importante para el mantenimiento de un ecosistema. Por ejemplo, existe un trematodo llamado Euhaplorchis cuyos huevos provienen de los excrementos de las aves, que pasan a ser ingeridos por los caracoles. El huevo eclosiona, castra al caracol para que no malgaste energía, se producen cercarias que abandonan al hospedador y salen nadando a las marismas. En el agua se adhieren a las branquias de los peces y esperan a que un ave ingiera a su hospedador. Entonces se reproducen para poder expulsar sus huevos en los excrementos del pájaro. Se ha comprobado que los caracoles castrados compiten con los caracoles sanos, haciendo que el número de caracoles total se mantenga estable, puesto que sin el parásito se dispararía de forma preocupante, consumiendo todas las algas del ecosistema. Asimismo, cuando el Euhaplorchis entra en un pez le induce a nadar de costado y más cerca de la superficie del agua, con lo que puede ser detectado y cazado con más facilidad por un ave. Esto ayuda al parásito a continuar su ciclo vital y permite a los pájaros conseguir más sustento de forma sencilla. Si no existiera el parásito a las aves les costaría mucho más alimentarse en las charcas en las que viven y tendrían que migrar. ¿Podrían sobrevivir esas aves sin la existencia del parásito?
La selección natural es otro factor muy importante en donde los parásitos pueden haber tenido un papel destacado. Algunos estudios sugieren que gracias a los parásitos ha sido posible que la evolución creara tantas especies distintas en la Tierra. El biólogo Richard Dawkins relaciona el parasitismo con las formas de replicación de un juego de ADN a costa de otro juego de ADN. Se trata de cadenas de ADN que no sirven para nada dentro de un organismo vivo, pero que logran replicarse exitosamente a costa del resto de genes. Lo único que hacen es cortarse de la cadena de genes e insertarse en otra. El vacío dejado es llenado por una copia igual a la extraída gracias a que los genes vienen en pares. Se le ha llamado ADN egoísta o parásito genético. Evitar estos parásitos pudo ser la razón de que el resto de genes empezaran a trabajar conjuntamente y a replicarse fielmente hasta dar lugar a los organismos vivos: bacterias y eucariotas.
De esta manera, una vez que los organismos vivos empezaron a evolucionar algunos debieron de convertirse en parásitos. Un postulado interesante incide en la posibilidad de que depredadores microbianos ingirieran uno de estos organismos y no llegaran a digerirlo. La selección natural premió a los genes que ayudaban a estos parásitos a sobrevivir en el interior de sus hospedadores y a encontrarlos para entrar en su interior. El coste de expulsar a estos parásitos pudo ser muy grande y algunos de ellos pasaron a la siguiente generación del hospedador. Tras muchas generaciones el hospedador y el parásito llegarían a ser una misma entidad. Puede ser el caso de las mitocondrias que pueblan las células de la mayoría de los seres vivos, convirtiéndose con el paso del tiempo —a escalas geológicas— en los actuales orgánulos que abastasen de energía, por ejemplo, a las células de los organismos eucariotas. No en vano las mitocondrias tienen su propio ADN que es diferente al ADN del núcleo de la célula. Se trataría de una simbiosis beneficiosa que habría generado nuevos tipos de organismos. La teoría no deja de ser sugerente.
Ahora bien, es obvio que los parásitos también pueden tener una relación prejudicial con sus hospedadores. De hecho son capaces de multiplicarse indiscriminadamente, causar enfermedades y dejar debilitados a sus hospedadores o incluso matarles. Cuando los parásitos impiden que sus hospedadores pasen sus genes a la siguiente generación están generando una intensa selección natural. El complejo sistema inmunológico es fruto de esa competición por mantener un equilibrio entre el parásito invasor y la defensa del hospedador en una eterna carrera de armamento, tal y como lo definen los biólogos.
Debido a estos ciclos competitivos entre hospedadores y parásitos algunos estudios sugieren que pudo llegar a surgir el sexo como forma de reproducción. Muchos organismos, sobre todo unicelulares, pueden reproducirse de forma asexual, por medio de clonación. Algunos seres vivos son hermafroditas y pueden fecundarse a sí mismos para generar clones, o bien reproducirse directamente por partenogénesis. Requiere menos energía que desarrollar unas gónadas o buscar una potencial pareja y se pueden generar muchos más ejemplares. ¿Qué motivó la aparición del sexo? Pues bien, siguiendo las interpretaciones de William Hamilton los parásitos podrían haber sido los detonadores de esta forma de reproducción. La clonación produce una cepa de muchos individuos idénticos, que pueden ser fácilmente atacados por un parásito adaptado a ese hospedador en concreto. Una vez que la cepa pierde gran número de individuos, se desarrollará una nueva cepa, pero también podrá ser atacada por el mismo parásito si tiene la posibilidad de evolucionar al mismo tiempo que las nuevas cepas, y siguiendo la carrera de armamento antes descrita. Sin embargo, si un hospedador desarrolla una forma de reproducción sexual, con hembras y machos, cada uno copia la mitad de sus genes y los mezcla para desarrollar una nueva generación. No se trata de copias exactas, sino de una combinación de genes. Los parásitos no podrán invadir a estos nuevos especímenes de forma tan sencilla, ya que la diversidad genética es mayor. Los hospedadores estarán más protegidos puesto que los individuos difieren unos de otros. Por tanto, la reproducción sexual podría ser un proceso evolutivo para defenderse de los parásitos.
Partiendo de esta idea se propuso que los alardes sexuales de los machos en algunas especies de animales —como por ejemplo el pavo real— son utilizados por las hembras para juzgar la forma en que sus potenciales parejas luchan contra los parásitos. Las enormes colas de plumas de los pavos reales no les sirven para nada de utilidad. No son una ventaja evolutiva práctica y puede que sean incluso un estorbo para defenderse de los depredadores. Sin embargo, pueden denotar que el animal hace frente a los parásitos y que, incluso, puede llegar a permitirse gastar energía en desarrollar esas enormes plumas inservibles. Si puede malgastar energía significa que sus genes le permiten luchar con éxito contra los parásitos. Esos genes ayudarán a que su descendencia posea las mismas defensas contra esas invasiones. De ese modo, las hembras elegirían a los machos en función de lo capacitados que estén para producir una nueva generación más resistente, es decir, aquellos con las plumas más extravagantes.
Por tanto, y partiendo de todas las sugerencias que se han apuntado, puede que los parásitos hayan sido —y sigan siendo— una ayuda inestimable en la selección natural de sus hospedadores, contribuyendo a que se modifiquen sus genes de diversas formas para continuar replicándose y lograr que determinados organismos prosperen. Probablemente la evolución le deba a los parásitos más de lo que se pensaba.
¿Los parásitos benefician a los humanos?
Los parásitos han convivido con los seres humanos desde siempre, dando forma a la evolución del homo sapiens durante miles de años. La llegada del Neolítico intensificó esta relación. El nacimiento de la agricultura y los primeros asentamientos permanentes dieron la oportunidad a los parásitos de prosperar. De esta manera, los trematodos se beneficiaron de la instalación de sistemas de irrigación y del aumento de los hábitats de los caracoles, consiguiendo, además que los granjeros estuvieran cerca para continuar con su ciclo vital. Las tenias prosperaron más allá de los animales que la gente cazaba o la carroña que consumía, a partir de ese momento se desarrollarían en el ganado, que estaba más cerca y accesible para los humanos. El incremento del número de ratas y gatos hizo posible que el Toxoplasma se convirtiera en uno de los parásitos más exitosos del mundo. El Plasmodium se benefició del incremento de las aguas estancadas, la deforestación y el hacinamiento de las personas en aldeas, en donde podía continuar su ciclo vital con mucho más éxito en la sangre de los humanos.
Por ese motivo, hacer frente a estas nuevas amenazas fue uno de las detonantes para inclinar la selección natural de un lado u otro. Para defenderse del Plasmodium, por ejemplo, los seres humanos desarrollaron desordenes sanguíneos para impedir que el parásito encontrara un hogar apetecible en los glóbulos rojos. De esta forma, surgieron los hematíes falciformes, que pueden causar la anemia de células falciformes, la ovalocitosis que hace que los eritrocitos tengan membranas rígidas, o la talasemia, que es la alteración sanguínea más común del planeta y que consiste en una fabricación incorrecta de los ingredientes de la hemoglobina. Las anemias que surgieron de estos desordenes fueron compensadas por la selección natural al combatir con mayor eficacia la malaria. Aunque sigue siendo una de las enfermedades más peligrosas para el ser humano, sobre todo en las zonas más empobrecidas del mundo.
Ya se ha comentado que no existe una vacuna viable contra los parásitos, puesto que son organismos eucariotas, no como las bacterias o los virus. Si se quiere combatir a los parásitos se tienen que buscar otras estrategias. Prevenir la propagación de los ciclos vitales que atacan a los humanos puede ser una solución para que la selección natural prime aquellos organismos que menos daño puedan producir a las personas. Si se conocieran los diferentes estadios de la vida de los parásitos podrían establecerse programas de defensa que no necesariamente implicasen la eliminación total de los parásitos. Hay que tener en cuenta que son organismos imbricados en el propio ecosistema y que su ausencia bien puede ser peor que tratar de domesticarlos.
La erradicación total de los parásitos puede generar nuevas enfermedades. Por ejemplo, cuando los sistemas de salubridad empezaron a ser más utilizados por la población los gusanos intestinales fueron menos comunes en los humanos. Las tenias, como muchos otros tipos de parásitos, poseen la propiedad de hacer que el sistema inmune de una persona ataque de forma más moderada y selectiva a los cuerpos extraños, lo que les permite vivir en el interior del cuerpo de un humano. Las defensas se encargan de las bacterias y los virus, pero permiten que los gusanos vivan en relativa tranquilidad. Ahora bien, una vez que han sido eliminados los parásitos el sistema inmunológico se vuelve más agresivo y ataca incluso al propio cuerpo. Se desarrollan enfermedades autoinmunes como la colitis o la enfermedad de Crohn.
Uno de los desordenes inmunológicos que más se está extendiendo por el mundo industrializado son las alergias y puede que se deba a la erradicación de los parásitos. La desaparición de estos organismos en un periodo corto de tiempo, en donde no puede entrar la selección natural, puede provocar que los sistemas inmunes ataquen de forma desaforada cuando se encuentran con simples motas de polvo o moho. Desarrollan toda una serie de ofensivas letales cuando se topan con cualquier sustancia extraña sin medir si realmente es peligrosa para el cuerpo o no. La respuesta es desmedida y aparecen las alergias, algunas de ellas muy perjudiciales para el ser humano.
De esta manera, estudiar las habilidades de los parásitos para evitar que los sistemas inmunológicos pierdan el control podría ser una investigación muy interesante en el futuro. Quizá se puedan sintetizar las sustancias químicas que parecen desarrollar los parásitos para encontrar una forma viable de controlar la respuesta inmune de los seres humanos. Los parásitos podrían, en este sentido, ser los responsables de la cura en lugar de los causantes de la enfermedad.
Un eritrocito, una plaqueta y un leucocito. |
¿La importancia de los parásitos en la Tierra puede corresponderse con la importancia del xenomorfo en resto del universo?
De un tiempo a esta parte, los biólogos están empezando a comprender la importancia capital de los parásitos para el mantenimiento de los ecosistemas, que pueden llega a estar a la altura de los leones o las abejas, por ejemplo. De esta manera, una forma natural de combatir las plagas de cochinillas o escarabajos en la agricultura es mediante el uso de parásitos. Se consigue minimizar el impacto de los compuestos químicos de los pesticidas más contaminantes. Además, muchas plagas consiguen desarrollar una resistencia a los pesticidas que obliga a utilizar mayor cantidad o buscar nuevas sustancias nocivas. Por ello, resulta interesante identificar qué parásito ataca al animal causante de la plaga para introducirlo en los cultivos y conseguir que las cosechas no queden arruinadas. En general, los parásitos más utilizados en estas estrategias han sido avispas y moscas, que necesitan de otros insectos para completar su ciclo vital.
Un ejemplo paradigmático del éxito de este tipo de iniciativas ecológicas fue el famoso programa ideado por el entomólogo suizo Hans Herren. A mediados de los años ochenta del siglo XX la mandioca plantada en África, y de la que dependían millones de personas, empezó a ser atacada por una plaga de cochinilla desconocida en aquellas tierras y que devastaba por completo los cultivos. La solución de Herren fue estudiar a fondo la planta de mandioca, ver cómo se desarrollaba en el continente del que era originaria, es decir, en América del Sur. Descubrió que la cochinilla era muy común en esa parte del mundo, así que debió ser trasladada sin querer en algún transporte mercante. Sin embargo, las plantas no enfermaban hasta morir como en África, ya que esos insectos tenían un parásito que los mantenía a raya. Una vez identificado el parásito que utilizaba como hospedador a esa cochinilla, un tipo concreto de avispa, criaron a estos animales para lanzarlos en los campos de cultivo de mandioca en África. Las avispas prosperaron y la cochinilla dejó de ser un peligro para la cultivos de mandioca en el centro del continente africano, salvando, probablemente, una cantidad ingente de vidas de la inanición.
Avispa parásita. |
Del mismo modo que introducir parásitos puede ayudar a controlar una plaga de sus hospedadores la otra cara de la moneda puede causar problemas ecológicos terribles. Lanzar un parásito en un ecosistema sin el debido análisis puede destrozarlo en poco tiempo. Así, la idea de introducir Sacculina en las costas de Norteamérica para frenar la invasión de cangrejos verdes importados de Europa fue desestimada, ya que atacaba por igual a los cangrejos autóctonos y podría haberlos diezmarlos por completo. Hay que entender bien cómo funciona un parásito para poder aprovecharse de sus increíbles habilidades, lo que requiere mucha más investigación.
Así mismo, los parásitos pueden ser el indicador definitivo de la salud de un ecosistema, ya que su desaparición se ha asociado con la degradación de un hábitat. Se puede diagnosticar un problema de forma temprana comprobando si faltan parásitos en vez de centrarse en la pérdida de los grandes depredadores, como los leones. Es más sencillo seguir la pista a esos grandes animales que a los parásitos, pero la pérdida de grandes depredadores en un hábitat indica que ya es demasiado tarde para corregir de forma sostenible un ecosistema. En cambio, se podría actuar preventivamente y con más eficacia si consideramos antes las pérdidas en los parásitos. Son los organismos que primero se ven afectados por los problemas en un biotopo, ya que pueblan todos los niveles de un ecosistema y necesitan de varios hospedadores para poder sobrevivir. Si alguno de ellos reduce su número el parásito sufre las consecuencias.
En la Tierra los humanos nos comportamos como depredadores masivos y la tecnología nos ofrece la oportunidad de evitar todos los frenos que la naturaleza ha impuesto al resto de los seres vivos. Acabamos con los recursos naturales de manera preocupante, a una velocidad que se puede volver en nuestra contra en no mucho tiempo, sino lo está haciendo ya. En no muchos años el problema parece que avanzará hasta límites que harán imposible una solución regresiva. Es posible que los seres humanos del futuro necesiten un freno a sus imperiosas ansias por consumir indiscriminadamente de forma irracional. Será necesario buscar un equilibrio como el que tienen los parásitos, que aprovechan los recursos de otros seres vivos pero intentando que sus hospedadores no sucumban en el proceso, puesto que les impediría sobrevivir a ellos mismos. La selección natural ha otorgado a los parásitos la capacidad de mantener una homeostasis que permite sobrevivir a los diferentes ecosistemas de los que forman parte. El ser humano tiene la capacidad de alterar de manera profunda y duradera la naturaleza en muy poco tiempo. Los cambios se producen en periodos tan cortos que la selección natural no tiene mecanismos para regular los desbarajustes causados por las personas. Tienen que ser los propios seres humanos quienes establezcan un análisis crítico de sus acciones para autorregular su actividad y hacer posible la sostenibilidad.
Reina Alíen en 'Aliens: el regreso' (1986). |
¿Una teleología del xenomorfo?
En caso de que los humanos no puedan —o no quieran— imitar los procesos naturales que hacen de los parásitos unos organismos tan impresionantes como necesarios para la vida, acabarán desapareciendo por su propia incompetencia, arrastrando a su paso a los ecosistemas que se han desarrollado durante miles y miles de años de evolución. Quizá se necesite un parásito que estabilice las acciones de las personas. No en vano los problemas con los xenomorfos en las películas de 'Alien' se desarrollan cuando los seres humanos comienzan a colonizar nuevos mundos en el espacio exterior. Los desbarajustes terráqueos se expanden a otros rincones del universo y la única forma de poner coto a esa expansión realizada sin analizar pormenorizadamente su situación en el ecosistema parecen ser los xenomorfos. En 'Aliens: el regreso' las víctimas de los xenomorfos son una colonia de humanos que se ha asentado en el mismo planeta en donde los tripulantes de la Nostromo encontraron los huevos alienígenas. Habían conseguido hacer respirable el aire del planeta a partir de enormes generadores atmosféricos artificiales que funcionan a base potentes reactores nucleares. En apariencia, están cometiendo los mismos errores que les obligaron a abandonar la Tierra, extendiendo su incapacidad de analizar cómo funcionan los magníficos reguladores naturales que proporciona la selección natural. Es el afán por lo inmediato lo que provoca las catástrofes medioambientales y la falta de investigación para comprender las consecuencias que pueden producir las acciones más nimias, sobre todo si son tan poderosas como las que permiten realizar las nuevas tecnologías de forma imprudente. La fisión nuclear, por ejemplo, otorga una nueva fuente de energía y un conocimiento más exhaustivo de las fuerzas físicas, pero también produce desastres como Hiroshima y Nagasaki o la destrucción mutua asegurada de la Guerra Fría, por no hablar de residuos radiactivos que tardan siglos o milenos en degradarse.
En 'Alien: Resurrección' los piratas espaciales supervivientes de la matanza de la Auriga acaban llegando a la Tierra, una cloaca inmunda según palabras de Johner (Ron Perlman). ¿Podrían trasladar algún xenomorfo escondido? En realidad, ya trasportan a uno, puesto que la propia Ripley es un híbrido genético entre humano y xenomorfo. ¿Ayudaría a equilibrar el ecosistema dañado de la Tierra? Según estas premisas el xenomorfo podría dejar ser el problema y empezar a ser considerado como la solución. De momento no lo sabremos, la secuela de 'Alien' que Neill Blomkamp tenía en mente no verá la luz.
Cartel de 'Alien: Covenant'. |
En cualquier caso, ¿y si el sintético David estuviera, en realidad, salvando a los humanos de si mismos, previendo el trágico futuro que les espera a los nuevos ecosistemas extraterrestres con la presencia humana? La mentalidad dictatorial y narcisista de David bien puede entrar en esta premisa. Puede que desee considerarse un Dios creador y a la vez un Dios salvador, con un destino manifiesto para reconducir la evolución y restaurar el equilibrio o crear un universo a su antojo. Todos los sintéticos de la saga de 'Alien' han tenido una relación de amor/odio con los xenomorfos. En general se han sentido fascinados por sus capacidades, como podemos sentirnos fascinados por las habilidades de los parásitos en la Tierra. Ash traicionó a la tripulación de la Nostromo para estudiar al alienígena, Bishop parecía estar obsesionado con los especímenes que encuentran en la colonia, y Call estaba convencida de que debía matar a Ripley, pero en su fuero interno se sentía atraída por ese nuevo ser. Al final, parece que tenían la necesidad de estudiar esa forma de vida para beneficiarse de sus cualidades o simplemente para comprender mejor el mundo. Ripley sentía miedo por la deriva armamentística que esos estudios podían desencadenar, la cara oscura del uso de esas características. Pero la otra cara de la moneda era una mayor comprensión de los procesos genéticos que los hacen tan especiales. Si se parecen a los parásitos que conocemos, pero en una forma que se desarrolla más allá del planeta Tierra, bien pueden ser uno de los catalizadores para continuar la selección natural en el espacio o mantener el equilibrio ecológico en el universo. ¿Quién sabe? Lo veremos en la siguiente secuela de la precuela.
El xenomorfo no parece tener una finalidad precisa, como tampoco parece que la tenga la evolución en general, al menos tal y como la describieron algunos científicos del siglo XIX, que postulaban que su fin último era crear organismos vertebrados cada vez más complejos, que consideraban "superiores". Más bien es una eterna lucha de armamentos para continuar replicando genes. Si el ser humano existe es probable que sea debido a una inextricable maraña de evoluciones cruzadas entre múltiples organismos que buscan lo mismo: replicarse. El éxito o el fracaso lo determina la capacidad modificar sus genes para adaptarse, encontrar la mutación propicia y ser premiado por la selección natural. El biólogo Leigh Van Valen lo llamó la hipótesis de la Reina Roja, es decir —siguiendo la relato de Alicia a través del espejo de Lewis Carroll—: "correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio". Los propios parásitos son un ejemplo de que la evolución no tiende necesariamente hacia una forma concreta de entender lo complejo para conformar organismos exitosos. Las parásitos pueden ser muy complejos y sofisticados con unas estructuras que solo en apariencia son rudimentarias. Son organismos preparados para sobrevivir de las formas más curiosas y sorprendentes, probablemente necesarios para prolongar el equilibrio evolutivo. Si comparamos el potencial de los xenomorfos con el de los parásitos es posible que su finalidad no vaya más allá de mantener a la selección natural como sistema de regulación de la vida; pero, eso sí, en un contexto sideral. Quizá no parezca sensato calificarlos de "perfectos" como hace el sintético Ash pero, desde luego, pueden llegar a sorprendernos y seducirnos como le ocurre a David.
Cartel animado de 'Alien: el octavo pasajero' (1979). |
En fin, aparquemos por ahora todas estas ideas desnortadas y estas premisas carentes del menor sentido práctico. Meras especulaciones bastante absurdas y disparadas. Aquí les dejo, permitiendo que se alejen de estas procelosas aguas, no sin antes hacer la consabida remisión a próximas publicaciones de este blog, en donde esperemos tener el barlovento a nuestro favor. ¡Que Aquilón nos sea propicio!
"Es el afán por lo inmediato lo que provoca las catástrofes medioambientales y la falta de investigación para comprender las consecuencias que pueden producir las acciones más nimias". Esta frase, Cronista, resume todo. Sucede que los seres humanos tenemos un tiempo cortísimo de vida pero no es eso lo importante. Es que NOS DAMOS CUENTA DE ELLO. Ni uno sólo de los parásitos que expusiste, de la malaria a las mitocondrias, se entera que vivirá unas horas o unos días. Nosotros, sí. Creo que de ahí viene esa desesperación por la inmediatez, por ver los resultados desde ya mismo. Y de ahí, derivas todo lo demás...incluyendo que somos un parásito poco exitoso, que bien puede terminar destruyendo su propio mundo y extinguiendo las condiciones ideales para prolongar su existencia. Sin importar adaptabilidad ni tecnología, viste? Genial artículo
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