viernes, 13 de mayo de 2016

Distopía en el rascacielos

Cartel de High Rise

Bien hallados, esclarecidos lectores de este espacio de información, comentario y, espero, también de debate, donde se tratan aquellas producciones audiovisuales que centran nuestro interés.

Henos aquí una vez más, ya que esta semana está llena de estrenos que tienen relación con el género fantástico y/o de ciencia ficción. No me ha dado tiempo a tratarlos todos antes su estreno este viernes, pero intentaré no dejarme ninguno, para que tengan en cuenta que están disponibles en las cines. Así pues, empezaremos con el estreno de la película británica 'High Rise' (2016), dirigida por Ben Wheatley. Una producción de rasgos distópicos, pero no siguiendo la típica historia juvenil, sobre la que tantos títulos se están estrenando en la actualidad, en donde un grupo de adolescentes se rebelan ante una situación indeseable. En este caso es una distopía más clásica, entendiendo por clásica su parecido con las novelas primigenias sobre temática distópica, a saber: Nosotros de Yevgueni Zamiatin, Un mundo feliz escrito por Aldous Huxley, 1984 por George Orwell o Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, por citar sólo algunas de las más famosas. Se parece, por tanto, más a una narración desesperanzada, en donde se busca una crítica más precisa y explícita hacia los males de la sociedad y sus posibles derivaciones hacia futuros despreciables. No en vano, la película se basa en la novela Rascacielos del autor de ciencia ficción  J. G. Ballard, toda una eminencia en el género.

El doctor Robert Lang
El doctor Robert Lang (Tom Hiddleston).

A las afueras de un Londres futurista, se ha construido un edificio de cuarenta plantas, la "Torre Elysium", con cientos de apartamentos, supermercado, piscina, colegio y todo tipo de variados servicios. Una suerte de lugar idílico con todas las comodidades posibles, en donde sus habitantes viven felices, sin tener en cuenta que cada vez están más aislados del resto del mundo. Acaban por formar una sociedad cerrada y autosuficiente dentro del propio inmueble, que tendrá sus propias reglas y en la que pronto se irán estableciendo diferencias sociales entre ellos. El protagonista, Robert Laing (Tom Hiddleston), se muda al edificio, buscando pasar desapercibido, pero sin conseguirlo. Sus nuevos vecinos le van introduciendo en esa aparente utopía en la que viven, que se ve trastocada por los cortes de luz y el malfuncionamiento de servicios básicos como los ascensores. Esa sociedad aislada se dividirá en tres grupos, los que viven en las pisos más bajos, aquellos que habitan las plantas intermedias y los más ricos en los apartamentos más altos. Esos grupos se irán haciendo cada vez más tribales, buscando la cohesión con rituales y justificando la división y animadversión mutua. El enfrentamiento resulta inevitable y la amena convivencia seguida hasta entonces será quebrada y sustituida por los instintos más básicos de supervivencia y violencia. Una degradación total de los factores de coexistencia, en lo que puede ser una metáfora de la sociedad contemporánea, y un regreso al un estado salvaje e incivilizado.

Jeremy Irons
Jeremy Irons como demiurgo de la torre.

He de decir que me encanta que el subgénero distópico regrese a sus orígenes más pesimistas, puesto que creo que es la mejor forma de realizar una crítica realmente potente contra los males que nos rodean. Esa sensación de que si damos un paso en falso, todo se irá al garete. La sociedad entera sucumbirá y sólo quedará expuesta la verdadera naturaleza animal del ser humano, una bestia intolerante e inmisericorde que lucha por sobrevivir. Las débiles convecciones sociales impiden que degeneremos a ese estado, pero pueden ser tan irrisorias... Cuando falla la tecnología que nosotros mismos hemos creado para nuestro bienestar y a la que, al mismo tiempo, le hemos dotado de la facultad de esclavizarnos, todo se pierde: los valores sociales que creemos indiscutibles e imperecederos, quedan desdibujados y perdidos, como una ráfaga de viento que dispersa las cenizas de un documento escrito, al cual hemos aplicado demasiado calor. Europa ya está dando muestras claras de inclinarse hacia ese vacío, mirando al abismo con indiferencia, haciendo posible un futuro del que probablemente nos arrepentiremos.

Rascacielos
Los rascacielos curvos.

En algunas críticas he leído que la película se basa más en lo onírico y lo caótico, que en buscar las verdaderas motivaciones que tuvo Ballard al escribir su relato. Sería una pena, pero siempre ha sido difícil conciliar la narración escrita en la que se basan muchos productos audiovisuales, con el resultado final que llega a los cines, siendo como son lenguajes diferentes y enfocados hacia dispares esquemas de público objetivo. En cualquier caso, bien está que nos sacudan de vez en cuando, que no todo van a ser historias con finales felices y desarrollos estereotipados.

Disfruten, pues, del cine británico y europeo, que conviene desengancharse de la omnipresente industria hollywodiense en algún momento, por escueto que sea, y experimentar algunas pautas narrativas y comprender otras propuestas ideológicas, dentro del formato audiovisual y, aun más allá, en la filosofía moral o ética.



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